La tierra roja dibujaba la huella
del caminante. La niebla borraba los paisajes que adivinaba. El agua se dejaba
cortar por las ánades que firmaban en ella con sus plumas.
El pensamiento vacío, el silencio
suficiente. Ser por un instante. Tener lo nuestro. Lo poco que nos dejan poseer
en esta tierra herida por la incompetencia y la estulticia. Y hace tan sólo
unas horas, caminando entre las cruces de los muertos pensaba cuánto cuesta
vivir, cuando algunos se empeñan en hacerlo a costa de los que sólo tienen una
tierra roja por la que pasear sus sueños.
Bendita tierra roja que nos deja caminar ¿hacia dónde? Hacia el cruce de las estrellas...
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