Encontrarse

                                              

 Sueño  constantemente con grandes edificios de interminables escaleras y ascensores que dificultan el acceso al lugar al que supuestamente me encamino. Al ser un sueño no tengo claro a dónde voy aunque siento una zozobra inmensa ante la dificultad de acertar con la puerta. Con frecuencia también se repiten caminatas por calles que no terminan nunca llenas de tiendas y ruido o jardines que comienzan con flores y plantas maravillosas y que se van desdibujando según me adentro en él hasta sentir un cierto desasosiego. Si me despierto con el corazón acelerado y una de mis manos entumecida puede que el insomnio se apodere de mí y entonces, en ese momento,  comienzo a recorrer mentalmente las calles de otro tiempo intentando recordar las caras y los nombres de quienes las habitaron en un ejercicio por ver si acabo durmiéndome. Se ve que echo de menos un pueblo sin carteles de "se vende" o será que me gustaría construir un mundo que nos llevara a todos a nosotros mismos sin perdernos en tantas cosas que no llevan a ningún sitio siendo como somos, tan efímeros.



Celebrar con los que no celebran


 He estado celebrando una fiesta con quienes ya no celebran. He compartido palabras y poemas con quienes casi no hablan. Hemos rezado juntos, casi hemos bailado y brindado con copas vacías de alcohol. Dormían algunas prestando atención. Aplaudían, miraban sin ver más allá de lo que no quieren ver los demás. No sé si felices, no sé si contentos han rozado un tiempo que fue, los días en los que volaron sin alas, en los que tuvieron pájaros en la cabeza. Desconozco si hoy han sentido que la música tocaba a vida para ellos, que ahí,  sentados bajo el calor de un sol de final de verano, nos guardan el sitio a los que todavía nos sentimos ligeros y libres. Hoy he sentido el peso del mañana.

Mantener la memoria


 Era un lugar común. Casi todo en esta casa lo fue. Zaguán y azafrán eran palabras que definían la entrada, se recibía a los vecinos o se pelaban los bulbos que serían en otoño flor y esperanza. Se tenía siempre abierta la puerta que llevaba a distintas familias y todas eran una alrededor del patio, de manzanilla perfumado y lleno de palabras, pañuelos negros y dulces catas de vino y azúcar. Era un lugar común, una puerta abierta al corazón de una gran casa de vecinos. Dos la habitamos hoy junto a golondrinas, arañas, un montón de lagartijas, mirlos, gorriones y un par de primas en verano. Sin embargo, ahí están los que entraron y los que vivieron entre estas paredes de cal que he pintado para ellos, por eso de sobrevivir, por eso de mantener las paredes de la memoria. Y es desde la retaguardia que vigilo, guardo su silencio y de vez en cuando me siento a contemplar sus sombras.