Cuando leamos esto

De la vida cotidiana me gustaría cambiar cosas. Atreverme a llegar, llamar al timbre, entrar para sentarme y tomar un lo que sea. Me haría feliz sentirme acogida, disfrutar un rato o improvisar una cena, sin horas, con la confianza de estar entre amigos, en familia. Igual me daría recibir en casa con la sorpresa por delante al abrir, el abrazo agradecido del que se acerca seguro de ser bien recibido y la ilusión de agasajar al recién llegado. Pero ahora nadie va o viene con esa tranquilidad, todos nos acercamos a la mirilla de la precaución y el miedo, nos quedamos a media distancia y sonreímos con las pestañas. Llegará otro tiempo en el que al leer esto sintamos la necesidad de compartir una copa y una sonrisa  a cara descubierta.  Espero que no tarde y para entonces ya sabes ¿en tu casa o en la mía?
                                             

 

La mezquindad del mercadeo

Allá en el Oriente de los cuentos tradicionales se vendían y compraban objetos maravillosos. En alfombras voladoras se bordeaban las cimas de las montañas más altas en busca de una lámpara que contuviera un genio. Se concedían deseos a cambio de favores y aquellos que resolvían los enigmas más difíciles conseguían casarse con la hija del rey. Los ladrones acababan encerrados por siglos sin fin y los que no tenían honor siempre eran deborados por algún monstruo. Hoy uno se vende así mismo con tal de permanecer en el  cuento. Hoy la mezquindad se pasea desnuda por las calles huérfanas de dignidad. Hoy  hay quienes no entienden la diferencia entre cultura y agricultura y creen que todo vale. Sherezade consiguió vivir eternamente sin necesidad de llegar a un acuerdo entre mercaderes.