Soy la mujer que mira de frente

 Ser joven me resultó un aprendizaje de la libertad, un saborear cada día las mieles de los sueños, llorar cada atardecer los dolores de cada golpe, todos y cada uno de los suspensos y no precisamente de clase. Ser joven fue descubrir las miradas de los otros, los guiños de los deseos y la frustración de no conseguir los imposibles. Ser joven me hizo ser parte de lo que hoy soy, y tengo que reconocer que aún me queda mucho de entonces, muchas ganas de aprender a respetarme y a rebelarme como entonces y ¡por supuesto! hoy lo hago con la firmeza que dan los años, la experiencia y la fuerza de lo que viví junto a mis compañeras, a mis amigas, profesoras, mujeres de mi familia y las convicciones que nacieron en aquellas tardes de guitarras, letras de poetas y también de rock and roll.

Soy una mujer libre, soy la mujer que mira de frente a quien grita desde las ventanas de la ignorancia y el desconocimiento de lo que significa ser joven. Soy aquella estudiante que soñaba la igualdad y aprendió la libertad. Soy una mujer y exijo respeto.


                                        


La vecina del patio de la abuela

 Estabas ahí sentada mirando un infinito en la ventana, sin pensar el mundo, a penas respirando entre la manzanilla que crecía a tus pies. Un jardín empedrado, sin agua, crecía silencioso entre las procesiones de hormigas y el ir y venir de las salamanquesas. Llegamos entonces los otros y nos pusimos a compartir contigo la noche, la risa de los niños y tú, con nosotros, lo que de si daba un triste puchero rojo. Sobre las tejas centenarias Luna, nuestra gata, convertía en palacio las paredes de la casa del tiempo que se fue. En ocasiones, de puntillas, subías a mi casa a la hora de la siesta a dejar un presente con el valor del que regala sin tener mucho. 

Estabas ahí  sentada mirando un infinito en la ventana, sin pensar el mundo y  todo era suficiente, lo nuevo de mi casa, lo viejo de la tuya, querida vecina del patio de la abuela.