La vecina del patio de la abuela

 Estabas ahí sentada mirando un infinito en la ventana, sin pensar el mundo, a penas respirando entre la manzanilla que crecía a tus pies. Un jardín empedrado, sin agua, crecía silencioso entre las procesiones de hormigas y el ir y venir de las salamanquesas. Llegamos entonces los otros y nos pusimos a compartir contigo la noche, la risa de los niños y tú, con nosotros, lo que de si daba un triste puchero rojo. Sobre las tejas centenarias Luna, nuestra gata, convertía en palacio las paredes de la casa del tiempo que se fue. En ocasiones, de puntillas, subías a mi casa a la hora de la siesta a dejar un presente con el valor del que regala sin tener mucho. 

Estabas ahí  sentada mirando un infinito en la ventana, sin pensar el mundo y  todo era suficiente, lo nuevo de mi casa, lo viejo de la tuya, querida vecina del patio de la abuela.



No hay comentarios:

Publicar un comentario