Nació la luz y desaparecieron las palabras. El mundo se volvió algodón, las pisadas seda y, aun así, dejaban huellas, un sendero de estrellas de ganchillo tejido por las eternas manos de mis abuelas.
Cuando nació la luz, las palabras huyeron, se escondieron en las grietas de mi piel escuchando atentas los susurros de los caminantes que pretendían alcanzar la luz, mi luz. Así, una a una, pisada a pisada se fueron cosiendo hasta formar un manto de colores que se elevó cubriendo el firmamento.
Se hizo un silencio de siglos mientras todas las manos de mis antepasados agitaban el toldo de estrellas hasta hacer llover versos. Versos libres. Tocaba recogerlos ahora uno a uno bajo una luz cegadora y con el rostro sumido en un mar de tinta, poco a poco, se escribió el poema.
Vuelta a la realidad, recuperé la voz. No. No fue un sueño.
Nació la luz para dejarme sin palabras.
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