Los fantasmas atenazan mi corazón, literalmente,
confundiéndome.
Convierten la placidez de la mañana en mal humor,
en desesperanza.
alejándome de él, no sé, si poco a poco
o huyendo yo, sin más, a la carrera.
No me doy por vencida todavía,
vislumbro, no obstante, la bandera blanca de la rendición.
Casi podría asegurar que no tardaré en pisar un territorio,
un lugar, donde muchos no tendrán cabida.
Me deshago, no sin esfuerzo, de desazón y malos pensamientos
y me siento, en silencio y atenta,
sobre los suelos cubiertos por las palabras
de los que saben decir, y ya no dicen,
esperando ese momento para la paz,
la mía.