Se cuela la noche por el borde de luz de una luna menguante, se hace gigante y, en la vigilia eterna que me acuna, me sorprende entre un sueño sin rumbo y una pesadilla errante. La descubro vestida de galaxias, majestuosa. Sigilosamente adelanto mi cuerpo de algodón. No la temo. Tengo que adentrarme en ella y, agarrada a la cuerda verde de la enredadera donde habitan centenares de avispas, trepo hasta llegar al vértice lunar. De puntillas sobre un cráter consigo asomarme a la rendija cósmica de un lucero y allí están: la casa, el jardín, la ventana, la cama, y sobre ella, yo misma, durmiendo por fin a pesar de la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario