Olía a canela y a incienso. Olía a primavera de la vida. Aunque todo se cubriera con un manto morado, aunque cerraran los bares, a pesar de todo ese silencio había un despertar y una alegría que desbordaba la risa en los oficios y en las procesiones. Olía a vacaciones, a pandilla, a la familia reunida alrededor de tortillas y potajes, los ayunos de unos y la abstinencia de todos. Por entonces no entendía aquella fiesta, solo eran vacaciones.
Al cabo de unos años entendí desde la fe la necesidad del silencio, del recogimiento, del prepararse durante estas semanas para el tercer día, la gran celebración de los católicos y me enseñaron, desde dentro del culto, que lo de menos era la procesión y lo de mas, lo de mas era otra cosa. ¡Aleluya!
Ahora, que ya no estoy en la primavera de mi vida, sigo entendiendo poco y dudando mas y si, siguen siendo vacaciones. No toda la familia se reúne, no ayuno, aunque tiendo a meditar sobre el sacrificio, la muerte, el sufrimiento y deseo la llegada de los terceros días para los que nunca es fiesta, en esta semana ni en ninguna otra, mientras mi alma, que es mi casa, se impregna del olor de la canela y el azúcar para recordar que no está de mas mirar hacia dentro ni de menos a los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario