Recuerdo las tardes de verano cuando era niña. Mi abuelita y mi madre me enseñaban a coser vainicas, dobladillos, punto de cruz y yo, a regañadientes, aprendía que eso no lo quería para mi. Prefería entonces bañarme en la laguna o sentarme a leer en los escalones de la escalera, tan fresquita. Ellas se empeñaron en hacer de mi una mujer de mi casa y yo, una mujer independiente. Durante el curso estudiaba, siempre me gustó aprender, además teniendo buenas notas podía negociar unas vacaciones mas a mi gusto. Hoy me felicito porque he comprendido que lo uno no restaba de lo otro sino que se puede estudiar, se puede coser y podemos divertirnos bañándonos con las amigas. Ay aquellos veranos, ahora me permiten descansar cosiendo árboles con lápices de colores y divirtiéndome sin poner los pies en la calle. Todo es posible cuando has aprendido la lección, la que nos enseñan esas fantásticas maestras.
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