Habría que apagar la noche.

Habría que volver a dormir de noche. Habría que cerrar las puertas y no abrirlas hasta que el gallo cantara. Habría que envolverlos en silencio bajo cuatro tapas de estrellas. Habría que enseñarles que la luna vigila desde arriba y que al amanecer se despierta la vida y con ella, habría que contarles que se encienden las conciencias de los que se avergüenzan de esa violencia sin sentido, temeraria e imprudente. Habría que enseñarles que quien juega con fuego acaba quemándose y habría que plantearse, muy seriamente, que la noche es para el descanso y no para que unos gamberros destrocen las puertas que protegen los sueños.

Habría que apagar la noche para ellos.

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