Soledad






Durante veinte años trabajé en soledad, mañana y tarde, día tras día.
Fui creciendo entre libros, palabras y algún que otro disgustillo. Muchas veces deseé tener alguien con quien compartir un trabajo que crecía más y más, aunque éste, como ninguno, a medida que crece te enamora y te conquista para siempre… Ese es el problema.
Una mañana se abrió la puerta de la biblioteca, la soledad salió por ella al mismo tiempo que Soledad, con un aire resuelto y valiente, entraba a preguntar por su sitio. Por más que se empeñó la soledad en volver, ese aire fresco que lo impregnaba todo le impidió el paso y se empeñó en ocupar el espacio infinito que cabe en una silla aunque sea incomoda y vieja. Soledad, hecha brisa, se sentó en ella.
Cinco años lleva aireando los libros con sus alas de hada primeriza: enciende y apaga las luces del techo y las de los cerebros que pululan día a día, recorre pasillos, registra usuarios, sella y etiqueta, presta y vuelve a prestar, todo con una sonrisa que hace las delicias de todo aquel que roza su presencia. Si hay que contar cuentos, lo hace como si toda la vida la hubiera pasado en ese empeño y si tiene que seguir mis improvisaciones, nadie lo hubiera hecho mejor. Nunca existe un problema, nunca nada es difícil para ella.
Soledad, que ha perdido por capricho el “dad” le ha dado a mi trabajo otro sentido, el sentido de compartir, y con esos aires que se gasta, resuelta y pizpireta, ha convertido el peso de mis veinticinco años de bibliotecaria en una suerte de caja de sorpresas por la que no hay día que no salga una idea, gracias a que ella cuida de que, siempre, tenga la posibilidad de darme cuenta de que estoy viva todavía ¡Eureka!
Tiene todas las cualidades que había en la receta que yo misma había escrito, en los deseos que se perfilan en la almohada cuando las pesadillas no te dejan dormir y pides ¡por favor, por favor…! Me cuida y me tolera a pesar de todas las apostillas que he ido generando en veinte años de silencios.
Me encanta cuando saca su poder y lo hace llegar en forma de vuelo de cometa hasta los que siempre se empeñan en saltarse la norma del dos o del silencio. Me divierte cuando me mira porque ha atravesado la puerta algún espécimen peligroso y cuando se queda mirando fijamente a quien viene a sacarnos de las casillas en las que nosotras estamos tan tranquilas.
¡Qué fácil lo ha hecho Sole! ¡Qué suerte tenerla cada día! Tan atenta, tan lista y contenida, tan rica. Porque rica es en todos los sentidos y generosa. Por algo se quito el “dad” y por eso se convirtió en todo el sentido de la palabra en el “Hadaacaramelada”.

Gracias Sole por entrar aquel día volando hacia las palabras



Alacenas de cristal, ceniza y fuego. Juegos de huesos, canicas, hilos y un bote de leche de almendras.



Tus pasos matinales bajo el agua, tu cruz de sal a Santa Bárbara en las tormentas. Vestir la muerte y untar de aceite azul la boca del mamón. Hacer los agujeros con hilo de seda a las recién nacidas sentada en el tercer escalón de la escalera desconchada.



Mil ganchilos de luz tejidos con tus manos, toda la bondad del mundo para quien te necesita y un pañuelo muy negro tapándote la cara cuando el mundo te ponías por montera.



Todo te lo has llevado allá y a mi me has dejado las rosetas de aljofar que alargaban tus orejas y una oración, entre mil jaculatorias, una oración para quitar el mal de ojo. ¡Ojo abuelita!

abuelas 3


A mazapán, entre visillos blancos, me huelen esas tardes. A tus sonrisas de hada buena y guantes de seda al peso. A aquel descapotable rojo que para en mi ventana de futuro y a una radio que suena a consejo de "señora Francis"
Me duele, todavía, no volver a subir por la escalera del patio. No retener por mas tiempo mi paso por el comedor, no recorrer tu bolsillo, tu almohadilla y tu cara, pero como tu decías ¡Qué miedo!
No escuchar las dudas de María, la guerra cotidiana... Me duele dentro de mis centros no oir tu tos, tu risa loca, tu llanto al mismo tiempo y esa agüita amarilla que tus lagunas te hacían verter.
Me asomo levantando el faldón de la banca y allí, al fondo, estás sonriendo con tus ojos de almendra y con el bote de mahonesa en la mano.
¡Yaya!

Abuelas 2


Algo me quedó de ti después de deshacerte en mil cintas de seda, algo que yo deshilvané para no seguirte tan pronto. Y era una y otra vez, noche tras noche cuando el negro daba paso al blanco para renacer entre almidones, tan frágil, tan delgada.

Algo me quedó de ti después de desgranar mil oraciones, algo que yo desbaraté por no saber seguir esa fe que me abandona y, sin embargo más de una vez te rezo cuando cae el manto tenebroso de mis miedos y sólo me quedas tú, allí, entre mil capas de telas. Blancas.
¡Abuelita!

Abuelas


Clas, clas, clas... Mariposas que pisan sueños. Mariposas diminutas que bordean los límites de mil baldosas de barro cocido formando un camino que me conduce hacia lo oscuro.
Clas, clas, clas... la humedad, el frío y la altura. No alcanzo. El miedo a toparme con arañas, pero sigo. En la naturaleza oscura del presente suave sensación de humedad, olorcillo antiguo que perturba los sentidos, fue ayer pero ya es siempre..
Mis sandalias de dedo suenan sobre las baldosas, las mariposas que la adornan han levantado el vuelo y me llevan en volandas hacia ella, hacia su despensa hacia el chocolate con el que romper mi diente, mi pequeño diente de leche. ¡Yaya!


Animar a leer


¿Qué es volar? Alguien muy cercano volaba con frecuencia en sus sueños y yo insistía en preguntar. No comprendía como él quería volar, hasta que una tarde, cuando las luces amarillas se mezclaban con el tintineo de una martillo en la fragua vecina, deseé lo mismo.
Volando llegué a casa y me metí bajo las faldillas de la mesa. Volando había cogido un cuento cualquiera y allí al calor del hogar despegué.
Cómo comprendí al aprendiz de pájaro, cómo entendí que desplegar las alas y romper el filo de las nubes sólo dependía de mi... A partir de esa tarde me aficioné a ese nuevo juego, y hasta hoy.
El soñador había estado a punto de partir a Australia, cuando era una tierra prometida, pero no lo hizo, se quedó en estas antípodas en las que ha sido muy feliz, eso seguro, pero mantuvo en sus noches las ganas de partir, libre, de lanzarse a la aventura y transformó sus deseos de viajar a su certeza de volar sobre las cumbres, rozando los océanos entre sábanas blancas.
Menos pretenciosa yo he preferido siempre lo seguro mientras tenga entre las manos un libro con el que alzar el vuelo. Aterricé hace unas horas con Boris Vian y "No me gustaría palmarla" y vuelo ahora en "2666" con Roberto Bolaño.
¿Quién quiere volar?