Dibujé un cartel, por encargo, que nunca vio la luz y hace unos días lo encontré entre otros que anunciaron carnavales y talleres en aquellos primeros años de mi vida laboral. Lo traigo aquí por mostrar el colorido y la algarabía que, por entoces, nos brotaba a los pobres ilusos que creíamos en la utopía y la pensábamos rozar. Aún no se contaban muchos hechos pasados, secretos salían tímidamente en algunas novelas o películas aunque comenzábamos a mostrarnos valientes frente a la arrogancia rancia que iba guardando los honores, largamente disfrutados, en el baúl de la vergüenza de las victorias y las venganzas.
Todas las muertes en las contiendas son muertes, tan tristes, tan injustas pero, algunas fueron condecoradas, recompensadas, santificadas, mientras otras aún se tratan con desdén. Traigo un cartel festivo por reivindicar la vida y la paz. Y la memoria, ahora que hay tanto orgullo oscuro publicitándose.
La muerte nunca debería llegar envuelta en una bandera, ni deberíamos banalizar el sufrimiento. Los ideales son de los de abajo, los tiros siempre nos llegan de arriba. La vida es nuestra única posesión, no es un campo de batalla.