Cambiar los muebles
Mirlos en el jardín
Asoma el mirlo su picó entre los ramas cubiertas de rosas, lo asustan mis pasos humanos y aleteando asciende al alero de un tejado en ruinas. Pronto será su canto el que me sorprenda y obligue a sentarme en el banco ajado que se apoya en la sombra que la higuera proyecta sobre la pared enjalbegada de atardeceres. Tengo la sensación de vivir un momento único. Medito. El mirlo no defeca su miedo sobre la planta que lo acoge en sus sueños, no perfora el corazón de la rosa que perfuma su descanso ni le arranca sus pétalos de viento. No, no me atacó su miedo ni el mío a él, al contrario, en vuelo rasante regresa al suelo, comprime las plumas y se oculta en el rosal, me acerco despacio y rozo el borde de las flores. Seguros los dos compartimos esta casa.