Cambiar los muebles

                                      

 Deja que te cuente que estoy a la espera de ver los cambios que he decidido tomar. Deja que te susurre los miedos que me suben desde el estómago al no saber, aún, qué  pasará. Deja que imagine que irá bien lo pensado, que me gustará y todo quedará en su sitio y será bueno porque era necesario, no un capricho ni siquiera un deseo, era eso, necesario. Pero deja que dude y a la espera de ver los resultados una cierta zozobra se instale entre mis pensamientos y luego, luego deja que disfrute con el cambio, que me adapte y siga cocinando, en la cocina nueva, los días y las noches y desayune en ella amaneceres sentada en la península de este lugar donde los barcos atracan en la terraza y las olas borran los desvelos de cualquier mudanza, donde siempre nos envuelve la brisa de un buen aperitivo de ternura.

Mirlos en el jardín

 Asoma el mirlo su picó entre los ramas cubiertas de rosas, lo asustan mis pasos humanos y aleteando  asciende al alero de un tejado en ruinas. Pronto será su canto el que me sorprenda y  obligue a sentarme en el banco ajado que se apoya en la sombra que la higuera proyecta sobre la pared enjalbegada de atardeceres.  Tengo la sensación de vivir un momento único. Medito. El mirlo no defeca su miedo sobre la planta que lo acoge en sus sueños, no perfora el corazón de la rosa que perfuma su descanso ni le arranca sus pétalos de viento. No, no me atacó su miedo ni el mío a él, al contrario, en vuelo rasante regresa al suelo, comprime las plumas y se oculta en el rosal, me acerco despacio y rozo el borde de las flores.  Seguros los dos compartimos esta casa.