Hay corazones de piedra. En ellos no es posible un pellizco de ternura. Hay corazones en los que palpitar es un ronquido sordo, arritmico, sin sangre. Nada mueve esos corazones, no hay bomba que los ponga en marcha. Funcionan como el péndulo, sin remedio, van y vienen sin sentir apenas. Nada los conmueve porque solo tienen que regar su cuerpo egocéntrico. Y los de al lado, los otros corazones, los que conviven en ese espacio incierto de la vida cerca de su sordo palpitar, esos, esos sufren arritmias porque no comprenden la dureza de un músculo hecho para dar vida, no saben qué hacer para cambiarle el ritmo y convertirlo en un tejido amable. Esos que añoran la armonía pueden detenerse en cualquier momento creyéndose culpables al no conseguir el amor suficiente para latir al unísono.
Blanco, verde, negro
Paso a paso camino en la mañana entre la niebla. Aterrizo de un viaje en el tiempo. Un tiempo adolescente que se vistió de años y distancia. Vengo con la maleta cargada de risas y canciones. Siento que soy otra vez yo, la de siempre. Se renovaron cada una de mis células. Es lo que tiene caminar sobre montañas de fuego y tocar las entrañas de un dragón. Hoy soy tierra nueva.
Cabalgamos en la noche en Lanzarote y nos volvimos basalto y olivina. Somos las que siempre renacemos fuego. Como la lava que solidifica para convertirse en cueva de ensueño.
Somos verde sobre blanco. Blanco sobre negro. Un espejismo, hoy, somos. Mañana ya veremos.
(Mis niñas)
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