Me atrevería a decir


                                                                      

 Me atrevería a decir que hoy, ahora mismo, saldrías a la esquina y me estarías esperando. Si no llegara, te irías por no quedarte sin un sitio,  el que siempre tenías. Luego de tres o cuatro giros me verías y sonriendo con tus  ojos de niña,  me abrazarías. Él, ya nervioso, me miraría con el gesto del que se sabe querido y comprendido y, al cabo de unos saludos atropellados y festivos, el chupinazo nos pondría en marcha.                Pero no estabais debajo de los árboles, ni nadie me abrazó. Engullidos por  el gentío y el ruido encontramos un sitio donde comer siguiendo vuestro ejemplo, no entretenerse. 

Me atrevería a decir que ya no es vuestra feria y la mía tampoco, es otra diferente aunque siempre es la misma y me quedarán las noches bailando un pasodoble con él, con los pasos precisos, con las vueltas medidas, con su mano en la mía mientras os mirabais sabiendo que allí estaría mientras sonara la música de vuestra vida. 

Me atrevería a decir que el tiempo se llevó el espacio en una espiral de noches y de días, que entre las nubes, que rompen los fuegos artificiales, unos ojos de luna y sol me contemplan. Me atrevería a decir, mas no me atrevo, aunque podría atreverme a decir que aquí estoy y allí estuvimos.

 

Nietos

        
                                                             

Llegan los esperados días, la ilusión de recibir y todo un  torrente de vida se desparrama por la casa. No hay frontera que impida pasar sin peinarse ni acicalarse (nunca mejor dicho) al salón de nuestros solitarios días y nosotros nos convertimos en contorsionistas y bailarines, sin dolores ni sentido del ridículo. Cazar lagartijas, recorrer a oscuras un patio en la noche. Volteretas en el agua y abrazos de sol. Risas y mocos. Los pucheros a tope. Muchos cuentos, dibujos, relíos. Un bebé sonriendo sin pudor. La intensidad del amor repartido al por mayor. Y cuando acaba ¡por dios que descansas! pero qué felicidad detener el tiempo y tenerlos con nosotros, compartir esa algarabía, las miradas cómplices, los achuchones. Encontrar un pollito entre los manteles, días después, nos hará sonreír o soltar una lágrima. No sería ya verano sin ellos y es que hasta las lagartijas se ponen tristes, no tienen de quién huir, ya no están los rubios amenazando con sus manos, volaron en su cohete a otra galaxia.















Bosta de vaca



 
 Hemos subido a lo alto de lo muy alto siguiendo un sendero sinuoso, vegetal, hermoso. Los helechos, una alfombra para cubrir las raíces de un bosque inmenso, vivo. En la cima el olor a bosta de vaca nos han mantenido alerta para no pisarlas y de alguna manera restaban valor al paisaje. Sin embargo, alejados de los incendios, en plena naturaleza nos damos cuenta de nuestra  condición egoista y depredadora. Culpamos las emisiones de metano de las vacas y sometemos a nuestros caprichos valles, montes y ríos. Aquí hoy el fuego es una amenaza posible, los invasores reales evitamos y nos quejamos de las inmundicias de unos animales que pastan y protegen el suelo mientras aguantamos la basura que nos echan encima los intereses creados por los iguales. Humanamente repugnantes. 






Un cartel sin salida

                                                    

 Dibujé un cartel, por encargo, que nunca vio la luz y hace unos días lo encontré entre otros que anunciaron carnavales y talleres en aquellos primeros años de  mi vida laboral. Lo traigo aquí por mostrar el colorido y la algarabía que, por entoces, nos brotaba a los pobres ilusos que creíamos en la utopía y la pensábamos rozar. Aún no se contaban muchos hechos pasados, secretos salían tímidamente en algunas novelas o películas aunque comenzábamos a mostrarnos valientes frente a la arrogancia rancia que iba guardando los honores, largamente disfrutados, en el baúl de la vergüenza de las victorias y las venganzas.
Todas las muertes en las contiendas son muertes, tan tristes, tan injustas pero, algunas fueron condecoradas, recompensadas, santificadas, mientras otras aún se tratan con desdén. Traigo un cartel festivo por reivindicar la vida y la paz. Y la memoria, ahora que hay tanto orgullo oscuro publicitándose.
La muerte nunca debería llegar envuelta en una bandera,  ni deberíamos banalizar el sufrimiento. Los ideales son de los de abajo, los tiros siempre nos llegan de arriba. La vida es nuestra única posesión, no es un campo de batalla.

Cosida a sus labores

                                                    


 Aprendí a regañadientes a coser, bordar repetidas cenefas de punto de cruz, vainicas y dobladillos durante aquellas tardes de costura en el patio, con mis abuelas y mi madre. Me negué a bordar un ajuar y a soñar con planchar el embozo que cubriera una noche de amor. No sería la mujer de un hombre, sería una mujer independiente que podría compartir o no la vida. Conseguí saltar del arillo al libro y aprendí cada día a tejer la distancia entre la noche y el día. Curioseo ahora dentro de las entretelas de mi ser el contorno de la prehistoria que me reconstruye. No quería saber de costuras y hoy me sentaría cada tarde por saberlo todo para poder habitarme y pensarme desde ellas, de las que tanto soy, porque también en mi se aprecia su labor.



Ruinas de afectos

 


Hay un silencio oscuro, un ayuno de palabras, un crujir sordo de pasos y una soledad a gritos tras el azul de la ventana carcomida. Una mano se empeña en cuidar ese vacío repleto de vivencias, conservar la memoria de tanta desmemoria mientras me regalen los días la posibilidad de acercarme. No puedo entrar, está en ruinas el techo que sostuvo las noches, la escalera que llevaba al paritorio de una gata de luna y no soy dueña de la llave que abre la despensa de los retales del alma. Solo una manita de añil por darle suspiros a una canción  que nos trae el viento del cálido verano. Una penita profunda y una sonrisa  por caricia al desconchón de los desafectos.

Salvadores

                                                

 Éramos cinco y una cría de golondrina en el suelo, una tapa de lata con agua y unas migas de pan. Todos intentando saciar una sed que adivinábamos y una pena que sentíamos. Un pico amarillo se abría a la gota que caía del dedito de una enfermera acostumbrada a sacar adelante a bebés prematuros. Una escalera a la que se decide trepar por dejar al polluelo en su nido. Una mano enorme que lo eleva y lo deposita junto a otras crías que pían. El género humano trabajando en equipo por salvar al individuo que ocupa, junto a su familia, el rincón del portal de la casa y...

Veinticuatro horas después  me acerco por comprobar si todo va bien. Voy sin gafas, se adivina un bulto oscuro entre los excrementos, sospecho algo que no va a gustarme. Doy la vuelta y regreso con las lentes. Un ejército de hormigas devora al bebé que sigue vivo pero exhalando un último suspiro. Selección natural, se llama. Arrojado nuevamente por quien es conocedora de su mal, acaba enterrado entre el toronjil. 

En ocasiones no se necesitan salvadores pero si conocer la vida de los otros.