Soñar y sonar


Suena el  cielo y mira el mirlo mientras construye un lenguaje de altos vuelos allá, sobre la antena enmudecida. Asoma la niña por la barandilla de la niebla, mira como un par de nubes se mueven al son de los trinos y adivinan los sueños que rondan la mañana.  Ha despertado el día y ella regresa a los brazos de su madre, al calor del hogar, ahí donde la luz extiende un sendero por donde caminar segura. Suenan los sueños y los pasos describen los paisajes que algún día la alejarán de las canciones de la infancia. No dejes nunca de soñar niña, no dejará el mirlo el diálogo de plumas que podrá traerte, si estás atenta, a tu auténtico son sin desentonar en tu destino, siempre que las nieblas nublen tus amaneceres.

 

Nos felicitamos


 No es fácil guardar silencio ante tanto ruido de palabras y bombas.
Tampoco cantar glorias ante la bajeza moral de los dioses de barro.
Las campanas no tañen igual al compás de las bombas y
           no hay dulce más amargo que el amasado con miedo
ni discurso, ni acción, ni pensamiento siquiera en cintas  doradas portadas por ángeles. 
No oiremos un coro de infantes, 
                     quién podría cantar 
con los pies descalzos y el corazón helado.
Cómo puede nacer la luz, la ilusión y la esperanza 
ante un mundo arrasado por la mentira,
           el odio,
                  el deshonor.
Y aún así, nos deseamos felices, 
       Y a pesar de ... Pretendemos nacer 
             a un mundo nuevo.

Os deseo un feliz nacimiento a la verdad,
 al menos, la que más se parezca 
    a la inocente pureza de la infancia,
             con la mirada hacia lo más profundo 
                  de vosotros,
    si os queda algo de lo que sois.
 Si nos queda algo de lo que debiéramos ser.

Volver a volar


A dos manos hicimos el dibujo, atento el niño coloreaba el gorro de un hada singular. De vez en cuando levantaba sus ojos azules hacia mi. Escuchaba las instrucciones sobre los rasgos delicados de estos seres alados que surcan las nubes y sueñan con ser brujas. Me  miraba de vez en cuando a través del flequillo que ocultaba un interrogante deseoso de ser pronunciado, pero callaba y volvía a puntear los detalles del vestido.  Después tendremos que dibujar una bruja -dijo- y rozó mi mano para cerciorarse de que seguía allí, a su lado, afilando los lápices.
 Con un hilo dorado le hicimos un velo, pintamos una varita mágica y después de insertar ambos la firma y la fecha, como debe ser, pusimos frente a los dos la obra. Muy serio y feliz la contempló un momento y mirándome fijamente esbozó una sonrisa y preguntó ¿abuela de verdad eres mitad hada y mitad bruja? ...

   Y entonces lo abracé y despegamos.


 

Miedo al miedo.

                                            


Hablamos de la parálisis que sentimos ante la puerta que guarda la justicia, de la desconocida imagen que el espejo nos devuelve, de la sombra que nos persigue ante una mala decisión. Nos asusta lo desconocido y por tanto la muerte,  a mí lo que más miedo me da es de mi misma. Miedo a no estar a la altura, miedo a hacer daño, miedo a no tener corazón ni arrestos. Hemos hablados estos días de fantasmas y de monstruos, los hemos visto tan ufanos sobre las torres de barro del poder de los relatos de terror que nos han mostrado, en este mundo de nadie y de todos. Llevamos unos cuantos capítulos que completarían una nueva antología de literatura fantástica. Muertos Borges, Kafka o Cortazar, entre otros, ya no sé si esta vida es un  cuento o si el cuento es donde vivimos.

Habitar

 


Desde el balcón, acompañada por el sol, las hojas rojas y pardas de la enredadera, un par de higueras salvajes y los tejados de barro y uralita de las casas vecinas, miro hacia dentro inmersa en un silencio intermitente, busco sin buscar y oigo sin querer oír, tan solo pretendo ser espacio, ocupar el momento mágico de la existencia que soy hoy al mediodía aquí. Así, todo seguido.

Un par de caracoles se deslizan por la pared, llevan su casa a cuestas, yo la llevo dentro e intento cuidar de ella sin perturbaciones atmosféricas que rompan ese lugar donde me habito. Una mosca zumba muy cerca, cierro el balcón, el insecto ha desaparecido y libre me vuelvo latido.

Construir la dignidad

                                                                             



En este zoo nunca hubo serpientes tan venenosas como las que aparecen a diario. Se las ve construir un edificio de insultos y falacias con su lengua viperina. La  maldad en la mirada hipnótica me aturde, el hedor de las cloacas por donde asoman me asusta y las murallas que levantan, con la ponzoña de los adjetivos que sostienen sus muros, me convence de una realidad que me avergüenza. Esos reptiles se crecen y mantienen gracias a las babas de los que les aúpan y veneran. Solo la confianza, en lo que pueda quedar de instinto animal entre los humanos que habitan este mundo raro, me ayuda a conciliar el sueño. Ojalá que el viaje a la conciencia a la que nos han llevado los odiseos del siglo veintiuno nos ayuden a iniciar la reconstrucción de la dignidad y la vergüenza, aunque solo sea por no extinguirnos.  


Alfombrar con banderas

 

                                                                            

Me atrevería a decir que ha llegado el otoño y se ha encendido la luz de la esperanza, si se hubiera enfriado el ardor guerrero y el fuego de las ambiciones. Me atrevería a escribir este final de verano sin tristeza, todo lo contrario, con una sonrisa abierta, si contemplara que las banderas han caído y  han alfombrado  los senderos de paz por donde caminar de vuelta al sosiego. Me atrevería a pintar una puerta grande y abierta  por donde entraran y se sentaran a llorar su duelo, sus duelos, los que quedaron vivos después del sofocante trajín de las batallas. Me atrevería, si mañana me trajeran los vientos buenas noticias desde las tierras necesitadas de tanto atrevimiento, pero el viento del este tan solo me permite atreverme a  decir  lo que siento, lo que me duele ahora este presente tan incierto y la pena que me dará si todo sigue igual cuando llegue el invierno, otra vez, congelando la ilusión  de vivir sin la amenaza de la destrucción y petrificando, definitivamente, el corazón de los miserables que no muestran misericordia.