Veinticuatro horas después me acerco por comprobar si todo va bien. Voy sin gafas, se adivina un bulto oscuro entre los excrementos, sospecho algo que no va a gustarme. Doy la vuelta y regreso con las lentes. Un ejército de hormigas devora al bebé que sigue vivo pero exhalando un último suspiro. Selección natural, se llama. Arrojado nuevamente por quien es conocedora de su mal, acaba enterrado entre el toronjil.
En ocasiones no se necesitan salvadores pero si conocer la vida de los otros.