A dos manos hicimos el dibujo, atento el niño coloreaba el gorro de un hada singular. De vez en cuando levantaba sus ojos azules hacia mi. Escuchaba las instrucciones sobre los rasgos delicados de estos seres alados que surcan las nubes y sueñan con ser brujas. Me miraba de vez en cuando a través del flequillo que ocultaba un interrogante deseoso de ser pronunciado, pero callaba y volvía a puntear los detalles del vestido. Después tendremos que dibujar una bruja -dijo- y rozó mi mano para cerciorarse de que seguía allí, a su lado, afilando los lápices.
Con un hilo dorado le hicimos un velo, pintamos una varita mágica y después de insertar ambos la firma y la fecha, como debe ser, pusimos frente a los dos la obra. Muy serio y feliz la contempló un momento y mirándome fijamente esbozó una sonrisa y preguntó ¿abuela de verdad eres mitad hada y mitad bruja? ...
Y entonces lo abracé y despegamos.
