Pintura al natural

                                                               
        
 Amanecen en blanco las tejas escarchadas, tres mirlos se disputan la antena anacrónica de una casa vecina, vacía. Una moscarda se mira en el reflejo de su imagen o mira la posibilidad de colarse en mi cocina. Un pájaro anónimo ha defecado en la terraza amenazando la blancura de unas sábanas secando al sol. Un caracol permanece oculto en su casa concha sobre un rayo de sol que trepa por la pared. Un gato blanco busca una chimenea caliente inútilmente y otro pardo lo mira desde el tejado alto de cristal. Y la humana que soy yo pasa la palma de la mano sobre este cuadro matinal, tan hermoso.
Me sobran los pinceles, no hay para tanto ni con un bonito azul ultramar.


Coautores de ignominias


 Si contempláramos por un segundo la sutil línea de nuestro paso por la vida y la marca que a pesar de ello podemos dejar en la historia, nos pensaríamos bien los trazos con los que perfilaríamos el boceto. Merece la pena sopesar las sombras que dejamos impresas, si elegimos el foco para iluminar el lienzo o si, por el contrario, lo ponemos tan solo para resaltar lo que consideramos el poder del artista, su interés y  vanagloria.                        Miro el cuadro del pueblo palestino y no logro entender dónde está la justificación de tanta muerte y dolor, cómo alguien se siente bien pasando a la historia como el responsable de una obra tan tenebrosa. Tan poco tiempo en el universo y dejando una marca de sangre como firma y más increíble aún que algunos deseen participar en esta ignominia.

A mi que no me pinten de gris

 


Tengo la costumbre de cambiar la realidad que me rodea, si lo que veo no me satisface. Suelo ponerle tanto empeño que acabo  por colgarla en la pared de lo alcanzado. Me siento luego a contemplar la obra y nunca la doy por terminada. Tengo cerca los pinceles, las acuarelas y los lápices, una goma para borrar y una espátula para cubrir aquello que me duele si no he conseguido dar con la solución correcta. Es una práctica que recomiendo, cuando no estamos a gusto con el entorno no dejar que el ruido nos convenza de lo que es políticamente correcto sin más argumento que la queja. Silencio y manos a la obra con lo propio y a colorear esos pocos metros por donde transita nuestra vida. Tengo la costumbre de cambiar la realidad y estos tejados descoloridos se han teñido de carmín por eso de que es gratis imaginar mundos mejores.


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