Huir a la carrera

Caen las hojas en este otoño que no acaba de prender.
Los fantasmas atenazan mi corazón, literalmente,
                                                           confundiéndome.
Convierten la placidez de la mañana en mal humor,
en desesperanza.
 Con los años la razón me asalta por momentos,
me fuerza a contemplar un mundo que no entiendo
alejándome de él, no sé, si poco a poco
o huyendo yo, sin más, a la carrera.

No me doy por vencida todavía,
vislumbro, no obstante, la bandera blanca de la rendición.
Casi podría asegurar que no tardaré en pisar un territorio,
un lugar, donde muchos no tendrán cabida.
Me deshago, no sin esfuerzo, de desazón y malos pensamientos
y me siento, en silencio y atenta,
sobre los suelos cubiertos por las palabras
de los que saben decir, y ya no dicen,
esperando ese momento para la paz,
la mía.




Un virus llamado Ganar

 Pensaba la inocencia que el poder nos salvaría  y confiada iba eligiendo. Atónita, cada día, iba descubriendo la metamorfosis de los elegidos. Contemplaba como se  transformaban las ideas en un eslogan, una marca, una imagen. Observa ahora como se pudre y se desdibuja el objetivo fundamental de la llamada DEMOCRACIA, como todos persiguen solo estar y como poco a poco la inocencia trastoca el orden de sus letras y, siguiendo el ejemplo, hace un pacto con otras letras y aparece con otro nombre CONCIENCIA, la que tanto echo yo en falta desde hace mucho en esos que ya no encontraran inocentes sino insurgentes ante tanta desvergüenza. ¿Habrá alguno que merezca nuestra confianza? Con la que tenemos y todos ellos de elecciones. Se necesita una vacuna que mate esa voraz necesidad de ganar.