volando por las palabras

Ruinas de afectos
Salvadores
Veinticuatro horas después me acerco por comprobar si todo va bien. Voy sin gafas, se adivina un bulto oscuro entre los excrementos, sospecho algo que no va a gustarme. Doy la vuelta y regreso con las lentes. Un ejército de hormigas devora al bebé que sigue vivo pero exhalando un último suspiro. Selección natural, se llama. Arrojado nuevamente por quien es conocedora de su mal, acaba enterrado entre el toronjil.
En ocasiones no se necesitan salvadores pero si conocer la vida de los otros.
Quién me compra ...
Se va pasando el mes de las tormentas y los ruidos. Se acerca un verano refrito de sucesos viejos. Nos vienen de lejos los sones de butrones que horadan las arcas donde se guardan el derecho al derecho. Vienen del campo olores putrefactos de las granjas, los cerdos siempre acaban por llegar con los vientos, da igual si son cierzos o solanos, nos llegan y con ellos esa desidia y ese no saber dónde poner la cabeza. Nunca me gustaron los vendidos pero menos los que les compran las voluntades, esos tan añejos, malos vinos que acaban como siempre envenenando todos los caldos y todavía hay quien cree que habrá buenas cosechas si cambia el viento. Seguro que no será Mary Poppins con su sonrisa mágica.
Toma de decisiones
No soy de aquí, yo soy de allá
Cosas de niños
Un patán en carnaval
En mi pueblo nos vestimos de fiestas antes de la cuaresma, bailamos y cantamos nos tapamos los ojos y reímos. Rezamos al son de los tambores haciendo subir las plegarias con bolteo de banderas y arrodillados ante el Dios de los creyentes. Cada cual lo celebra a su manera, todos en paz y concordia. La humildad es patrimonio del ser, la humillación es consecuencia de la maldad del poderoso que siempre necesita sentirse dios. Durante estos festejos, allende los mares, se representó la bufonada del milenio, humilló el patán al supuesto vasallo enarbolando la bandera de la gloria de los que se sienten dignos de adoración. Con sus máscaras de "médicos de la peste" consiguen darnos miedo pero la peste se lleva todo lo que toca, o casi todo. Cuando acaba la fiesta se quema por aquí la sardina, quizás al otro lado del océano se acabe con el besugo cualquier miércoles de ceniza.