Ruinas de afectos

 


Hay un silencio oscuro, un ayuno de palabras, un crujir sordo de pasos y una soledad a gritos tras el azul de la ventana carcomida. Una mano se empeña en cuidar ese vacío repleto de vivencias, conservar la memoria de tanta desmemoria mientras me regalen los días la posibilidad de acercarme. No puedo entrar, está en ruinas el techo que sostuvo las noches, la escalera que llevaba al paritorio de una gata de luna y no soy dueña de la llave que abre la despensa de los retales del alma. Solo una manita de añil por darle suspiros a una canción  que nos trae el viento del cálido verano. Una penita profunda y una sonrisa  por caricia al desconchón de los desafectos.

Salvadores

                                                

 Éramos cinco y una cría de golondrina en el suelo, una tapa de lata con agua y unas migas de pan. Todos intentando saciar una sed que adivinábamos y una pena que sentíamos. Un pico amarillo se abría a la gota que caía del dedito de una enfermera acostumbrada a sacar adelante a bebés prematuros. Una escalera a la que se decide trepar por dejar al polluelo en su nido. Una mano enorme que lo eleva y lo deposita junto a otras crías que pían. El género humano trabajando en equipo por salvar al individuo que ocupa, junto a su familia, el rincón del portal de la casa y...

Veinticuatro horas después  me acerco por comprobar si todo va bien. Voy sin gafas, se adivina un bulto oscuro entre los excrementos, sospecho algo que no va a gustarme. Doy la vuelta y regreso con las lentes. Un ejército de hormigas devora al bebé que sigue vivo pero exhalando un último suspiro. Selección natural, se llama. Arrojado nuevamente por quien es conocedora de su mal, acaba enterrado entre el toronjil. 

En ocasiones no se necesitan salvadores pero si conocer la vida de los otros. 








Quién me compra ...

 Se va pasando el mes de las tormentas y los ruidos. Se acerca un verano refrito de sucesos viejos. Nos vienen de lejos los sones de butrones que horadan las arcas donde se guardan el derecho al derecho. Vienen del campo olores putrefactos de las granjas, los cerdos siempre acaban por llegar con los vientos, da igual si son cierzos o solanos, nos llegan y  con ellos esa desidia y ese no saber dónde poner la cabeza. Nunca me gustaron los vendidos pero menos los que les compran las voluntades, esos tan añejos, malos vinos que acaban como siempre envenenando todos los caldos y todavía hay quien cree que habrá buenas cosechas si cambia el viento.  Seguro que no será Mary Poppins con su sonrisa mágica.




Toma de decisiones



Suele pasarme que miro al mundo y me recorre un escalofrío. Contemplo la inmensidad de pueblos que se precipitan a los abismos de la incertidumbre como cuando de pequeños nos lanzábamos sin miedo, sin medir las consecuencias de la caída. Creemos que las insignificantes decisiones que tomamos no determinan las grandes causas que desembocan en el daño que sufriremos al dar por hecho que las pequeñas acciones no influyen en el devenir de la historia. Se agitaron las banderas, se cantaron los himnos que llevaron al poder nuestra ignorancia. Jason tenía Argos para navegar hasta la tierra donde conseguir el Vellocino de Oro, su determinación y el favor de los dioses, algunas artimañas de Medea y sus propios hombres, los argonautas, lo hicieron posible y, sin embargo...¡Ay las decisiones!


 


 

No soy de aquí, yo soy de allá



Paseaba entre las matas, torpe, desnortado. Intentaba conectar con las hormigas, un par de mariquitas, la oruga del geranio y la araña blanca del rosal del fondo. Desde el tejado lo miraba uno de los suyos, estaba claro, nunca debió abandonar la seguridad de su entorno, ese hogar volátil y ordenado en el que estaciones y vientos, amaneceres y ocasos ponen orden en sus días. Allí reconocen su carácter, sus silencios y el movimiento de sus alas. Levanta la cabeza y antes de piar ya tiene todo dicho y se le entiende. Pobre, ha aterrizado en un mundo donde solo oye ruido, un sonsonete bullicioso y desordenado que no entiende. Suele pasar cuando aterrizamos en lugares que nos son ajenos, añoras ese silencio ordenado al que perteneces, no hay  más que salir volando si no quieres perderte. 
No soy de aquí -dijo- soy de allá. Chau, chau.















 

Cosas de niños

 


Pusieron los niños, sin pensarlo,
significado a lo que sentimos muchos.
La vida puede nacer entre las piedras
del duro asfalto con el que cubrimos, con empeño,
el suelo que no nos pertenece.
Trasplantar una flor, ingenuamente,
por dar luz y un regalo
a la tarde de lluvia intermitente,
por prestarle color al gris de un triste parque.
Entre todas las hierbas y matojos
regados por los gatos y perros
que pululan atados a manos de sus amos,
supieron ver un corazón que me entregaron
y yo deposité sobre el banco donde se sientan
los que ya no pueden buscar el sol más
que en la ilusión de un campo que
alojado quedó en sus recuerdos.
Hice un par de fotos por demostrarme
que no está todo perdido.
Puede que mañana algún niño de hoy
vea en la tierra la posibilidad de convivir
entre corazones de clorofila
y flores de arena,
haciendo posible que la paz de un atardecer
esté al alcance de todos.

Un patán en carnaval

  En mi pueblo nos vestimos de fiestas antes de la cuaresma, bailamos y cantamos nos tapamos los ojos y reímos. Rezamos al son de los tambores haciendo subir las plegarias con bolteo de banderas y arrodillados ante el Dios de los creyentes. Cada cual lo celebra a su manera, todos en paz y concordia. La humildad es patrimonio del ser, la humillación es consecuencia de la maldad del poderoso que siempre necesita sentirse dios. Durante estos festejos, allende los mares, se representó la bufonada del milenio, humilló el patán al supuesto vasallo enarbolando la bandera de la gloria de los que se sienten dignos de adoración. Con sus máscaras de "médicos de la peste" consiguen darnos miedo pero la peste se lleva todo lo que toca, o casi todo. Cuando acaba la fiesta se quema por aquí la sardina, quizás al otro lado del océano se acabe con el besugo cualquier miércoles de ceniza.