No tardes no sea que no llegues a ti misma

 

 Se me hizo de noche tan temprano que no llegué   ni a ti ni a  mi. No pude coger el último tranvía y me quedé sentada en un banco de piedra de una plaza cualquiera de una ciudad sin nombre. Se me hizo tan tarde que no alcancé a conseguir nada de lo que había deseado. Me ocupé de rodear una y otra vez la manzana ajena de una calle, en la que no vivía, que llegué a olvidarme de lo poco que quedaba para alcanzarme aún, a tiempo de ser la que soy y en ella a descubrirte a ti. Y es que nos perdemos tanto en otros ojos, en menesteres que no son ni importantes ni nuestros, que llegamos a no reconocernos ni tan siquiera en el espejo de nuestra memoria.

Diosas de las tormentas


 Precisamente hoy, casi al final del día voy a celebrar a mis heroínas, mujeres capaces de luchar en tantas batallas  a lo largo de su vida, en ocasiones desde la infancia, que no me resisto hoy a cruzar el límite de las emociones que, cada vez más estoica, me permito. Cultivar la palabra, ser mágica o tierna entregándote a tu tarea es fácil cuando la salud te acompaña. Ellas están dentro de la ola que las lleva a las profundidades o las arrastra a la orilla entre rayos y truenos y es entonces cuando realmente se produce la magia y se cubren con su gorro de hadas, cogen el miedo y lo hacen suyo junto con el dolor y el cansancio, junto con el insomnio y el desvelo y van hacia adelante con todo y con los que estamos al lado. Y son ellas las que nos dejan en las playas contemplando como viven el mundo real con sus insignias de valor, sus banderas de esperanza y sus armas en pie de guerra aunque les falten las fuerzas. Es precisamente hoy que no puedo dejar de abrazarte a ti, a todas y cada una de las que lucháis con esa pequeña célula rebelde que le ha dado por hacerse la interesante. Os cubro de flores diosas de las tormentas.

Tocados



Frente a la puerta que se abría ante nosotros, apareció de nuevo tocada de la altanería de quien se siente tan segura de si, que no ve a nadie.  Mostró su deseo, nos apartó y se dirigió a un lugar que no acertamos a adivinar ya que esa puerta no te daba certezas. Si en algún momento pensamos seguirla, fue solo un pensar. Nadie se movió y todos dimos por hecho que no iba a llegar a ningún sitio, craso error. Quedamos sentados en el dintel, apretados y resignados, sabiéndonos vulnerables pero a salvo. Se oyeron disparos, bajo el sombrero portaba un arma, consiguió llegar a punta de pistola, tenía claro su objetivo. Hay quien no se detiene con tal de salirse con la suya. Miramos desde la puerta paralizados y, como otras veces, contemplamos a la soberbia vestirse de rojo.

Transformaciones

 



           Beben los peces agua en los ríos donde las ratas sobreviven cerca de los desagües de alcantarillas que se vacían ajenas al daño que hacen a este planeta. Los peces quisieran ser ratas por salir a la orilla creyéndose quizás a salvo de la contaminación que les ahoga. Las ratas admiran la posibilidad de los otros tan ligeros y versátiles nadando incluso contracorriente. Ilusos ambos sueñan transformaciones convencidos de ciertos poderes mágicos de la luna. Los contemplo desde la altura del escéptico,  miro alrededor y compruebo que  muchos de nosotros desearíamos no ser tan humanos, tornarnos marcianos por probar si por ahí se respira un aire menos viciado y oscuro. Lo mismo con un par de trompetillas por orejas comenzamos a escucharnos.


Proyectos


 Entre velas, lápices, árboles y ovillos los días irán llegando. Se abrirán las mañanas en los lugares que elijamos o nos lleve el destino. Habrá luces y sombras, tardes de sol y noches de luna llena. Será otro calendario que irá deshojando meses, agendas y proyectos que  perfilarán cada segundo creando realidades y en todas las paradas de los silencios elegidos estaremos cada uno, conociéndonos. Hoy primer día del año, eso nos dicen, comienzo a enhebrar la aguja con la que coserme a mi propio yo, a todo lo que me define y a quien me lee, porque también estáis aquí, en la mesa donde me voy construyendo.


Pintura al natural

                                                               
        
 Amanecen en blanco las tejas escarchadas, tres mirlos se disputan la antena anacrónica de una casa vecina, vacía. Una moscarda se mira en el reflejo de su imagen o mira la posibilidad de colarse en mi cocina. Un pájaro anónimo ha defecado en la terraza amenazando la blancura de unas sábanas secando al sol. Un caracol permanece oculto en su casa concha sobre un rayo de sol que trepa por la pared. Un gato blanco busca una chimenea caliente inútilmente y otro pardo lo mira desde el tejado alto de cristal. Y la humana que soy yo pasa la palma de la mano sobre este cuadro matinal, tan hermoso.
Me sobran los pinceles, no hay para tanto ni con un bonito azul ultramar.


Coautores de ignominias


 Si contempláramos por un segundo la sutil línea de nuestro paso por la vida y la marca que a pesar de ello podemos dejar en la historia, nos pensaríamos bien los trazos con los que perfilaríamos el boceto. Merece la pena sopesar las sombras que dejamos impresas, si elegimos el foco para iluminar el lienzo o si, por el contrario, lo ponemos tan solo para resaltar lo que consideramos el poder del artista, su interés y  vanagloria.                        Miro el cuadro del pueblo palestino y no logro entender dónde está la justificación de tanta muerte y dolor, cómo alguien se siente bien pasando a la historia como el responsable de una obra tan tenebrosa. Tan poco tiempo en el universo y dejando una marca de sangre como firma y más increíble aún que algunos deseen participar en esta ignominia.