Paseaba entre las matas, torpe, desnortado. Intentaba conectar con las hormigas, un par de mariquitas, la oruga del geranio y la araña blanca del rosal del fondo. Desde el tejado lo miraba uno de los suyos, estaba claro, nunca debió abandonar la seguridad de su entorno, ese hogar volátil y ordenado en el que estaciones y vientos, amaneceres y ocasos ponen orden en sus días. Allí reconocen su carácter, sus silencios y el movimiento de sus alas. Levanta la cabeza y antes de piar ya tiene todo dicho y se le entiende. Pobre, ha aterrizado en un mundo donde solo oye ruido, un sonsonete bullicioso y desordenado que no entiende. Suele pasar cuando aterrizamos en lugares que nos son ajenos, añoras ese silencio ordenado al que perteneces, no hay más que salir volando si no quieres perderte.
No soy de aquí -dijo- soy de allá. Chau, chau.
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