Me repito


De lejos llegaron los tejidos de lana, los lápices de colores, el cuaderno satinado. Traían el olor de aquellas tierras, el polvo y el desasosiego. Se apoderaron de la mesa y de mi mano. Sentada frente a ellos me mostraron los pies de los niños en la mina, las manos de las niñas sobre el barro en los alfares de ladrillo y los dedos en los gatillos fríos de las armas que nunca debieron empuñar. Sentí el frío de las noches, el calor de las siestas que no existen y los ojos, los ojos hambrientos de juegos y de cuentos. Los ojos sedientos de un hogar. Los ojos que miran buscando un lápiz y un cuaderno para que alguien un día les escriba otra historia. Una historia más digna. Y siento que otra vez repito la salmodia de los niños y las niñas que no tendrán otra historia que el oprobio y el miedo.
                              

Esperar que te quieran

Es tan absurdo pretender que te quieran, si no te quieren. Tan triste dar y dar y no recibir nada. Es tan duro no significar ni existir cuando de ti vienen y tanto quisiste.Tan duro esperar una llamada. Horas con la oreja puesta en el timbre de la puerta. Tardes enteras a la espera y, en escasas ocasiones, tan solo un cumplido amargo que hiere más que reconforta.
Cuál es la pregunta. Mejor no decir nada y seguir con la mirada perdida en la ventana esperando unos pasos que no llegan porque nunca les fue descubierto el camino ni la dirección donde habita, al menos, la obligación y el respeto a los ancestros a los que tanto debemos. ¿Qué les debemos? Ni mas ni menos que la vida. Poca cosa para los descariñados. Poca cosa la vida para los que desconocen su propio nombre. Poca cosa para las que no merecen cariño de nadie.