No se los llevó del todo

Y se fueron por el sendero frío que lleva a la eternidad. Ese lugar que no entendemos y en el que debe haber tanta gente. Nos dejaron una sima inmensa, profunda. Otro lugar al que no puede alcanzar la razón. Me pongo de puntillas frente a ese hueco inmenso y grito la soledad que nos dejaron. Un silbido helado asciende de las profundidaes en vez del eco. Ni siquiera él me responde. Pero la vida desde lo alto de un ciprés se agita, mueve la brisa de la sonrisa de un niño, chisporrotea una flama en el hogar y allí, entre el humo, los olores y algún sonido casi gaseoso, allí aparece la imagen fresca de un recuerdo de todo lo que fueron, de todo lo que amaron, de todo lo que dieron. Y siento como se van templando mis manos mientras acaricio los momentos que compartimos. Mientras sonrío porque aún son míos. Porque no se los llevó la muerte, no del todo.

El pañuelo de seda

Quise enmarcar un pañuelo de seda de mi abuela para adornar el salón de mi casa nueva. Ya va para veinte años y aún no encontré el marco que mereciera robarle la posibilidad de agitarse con el viento o mojarse con la lluvia.
Nunca la vi a ella tocada con él y es posible que esa sea la razón por la que quiere el pañuelo permanecer preso en el cajón. No sirvió nunca para lo que estuvo destinado y no hay peor destino que el que no llega.
Aunque, bien pensado, puede que este que ahora lo rescata y lo hace protagonista de estas letras sea para lo que siempre estuvo destinado, traer hoy hasta aquí el color lila que tanto gustaba a mi abuela y que pintado estaba en los bordes de la seda.