Reunión de zona


Escucho emocionada mi voz leída por otras voces, más amigas de mis palabras que yo misma, mientras la música las envuelve desde el aire generoso de la artista. Contemplo expuestos mis dibujos que otras manos muestran a otros ojos y que yo no me atrevería a tanto. Repiten una y otra vez quién he sido sabiendo más de mí que yo misma y reconozco que, sinceramente, me ha gustado oírlo.                                                                    He vuelto sobrecogida a casa acompañada por todos sus abrazos, también los que llegaron en la distancia,  sintiendo que todos estos años merecieron ser vividos, por lo que hice, por quienes lo hice y por reconocerme ahora en cada una de ellas y de ellos, que son menos. Despido los años sin tristeza, jamás nos jubilamos de una biblioteca porque nos quedamos atadas por el eterno hilo de la lectura, la cultura y este amor infinito a los libros.

Guardaré esta última convocaría en el catálogo de las horas felices. Gracias a toda esta comunidad de guardianas de las palabras. (En femenino porque somos mayoría)


Plantar el miedo


 He plantado los miedos en macetas sin fondo. Cubiertos de tierra ricamente abonada los he expuesto al sol y a la lluvia. Regados por las circunstancias intentaban crecer desbordando los bordes de los tiestos.Tijera en mano he impedido su crecimiento voraz ya que me niego a entrar en los jugos oscuros de las tinieblas del odio. Llegó la luna llena y derramó su embrujo de siglos sobre los incipientes brotes y, al amanecer, se obró el  milagro, rosas de solidaridad y margaritas de confianza, ramas y zarcillos de dudas y certezas  trepaban dibujando  diversos caminos verdes sobre la pared añil del patio de silencios por dónde transcurre la vida serena de los que no creen en el ruido y desconfían de las verdades absolutas que amenazan la paz de la existencia tan corta que tenemos.







Viene una ola

                                                                

 Rompen las olas en la orilla de la playas, trituran rocas, pulen cristales, hasta pueden llevarse a un bañista atrevido o hundir un barco entero. Las olas en su ir y venir arrastran objetos, desperdicios, restos de naufragios. Nos gustan y relajan o nos desquician con sus ruidos tántricos en una noche en vela. Pero son olas. Pura naturaleza. Fuerza y belleza que se deshacen en espuma, libres. Puede que en algo pintemos los humanos cuando se enfurecen. Yo he pintado una gigante en lo alto de la escalera, pretendo hacer que llame a esa puerta con sus dedos de agua, que nos moje, nos cubra de sal y purificados ver si recobramos el rumbo, si es que nos atrevemos a abrirla de par en par. He dejado unos remos de sensatez y unos salvavidas de silencio al fondo, por si dejamos de hacer ruido y conseguimos escucharnos. ¡Viene una ola!




Cuando el otoño es primavera

                                                    

 Otoño es el tiempo de los encuentros felices, los abrazos y las risas. Revivimos la esencia de los días de juventud y cantamos las canciones que, reunidas junto al estanque o entre las paredes de los dormitorios de esos años de estudio e incógnitas sin resolver, cantábamos con las voces limpias de esa loca vida, tan llena de energía y sin vergüenza.  Se ha convertido en la fiesta que nos hace tan felices porque nos permite disfrutar del espectáculo de la amistad, la que surgió entre exámenes y noches en blanco y que nos hemos empeñado en cultivar y mimar. Convertidas en mujeres seguimos conservando ese toque prodigioso que nos concedieron nuestro esfuerzo y el azar.

Han caído las hojas un año más y hemos caminado por las barandillas del puente que se menean con los vientos del pueblo sobre las tierras lunares y bajo una lluvia que cae a cántaros sobre nosotras. Y lo mejor es que después de cincuenta años nos caemos bien.