Aquel mar de mi tierra


 Se movía y sonaba aquel mar de espigas, verde o amarillo y zarandeado por el viento se tumbaba, a veces, hasta que una hoz lo cortaba y desaparecía para bañar de sueños las cámaras donde yacía en el otoño. Durante muchos años esperaba contemplar sus olas de mies al ir concluyendo la primavera, ahogarme en verano con sus efluvios, y si, presumía de un mar de cereal agitándose a los pies del malecón.

Se acabó el mar y con él la ilusión de contemplar las mareas lejos de la costa. Se acabó el mar de trigo o de centeno y con aquellos días se fue perdiendo también la confianza en lo que persiste, la seguridad que confiere la esperanza de volver a ver. Se terminó creer que es posible un mar en plena Mancha igual que se terminó creer que los elegidos están para que broten primaveras.