Lugares en peligro de extinción

                                                       

 Tienen las casas viejas el olor de las tormentas, la suerte del silencio y la calma cuando cierras la puerta y el trueno de los recuerdos relampaguea e ilumina un rincón hace tiempo olvidado. Tengo por costumbre retocar las paredes y pintar lunas que crezcan o mengüen para dotar de la inercia de los días la vida que se cuela por las desvencijadas ventanas. Gusto de poner añil en las paredes, colgar pañuelos de seda rojos  en las chimeneas por traer el fuego del hogar a las frías sombras, y luego, acurrucarme en el escalón que me lleva a los  brazos  de ellas, las mujeres que cubrieron de estrellas este singular cielo que se resiste al tiempo tan cerca de la casa donde habito, todavía. Un lugar en peligro de extinción que necesita latidos.



Viajar en el tiempo

He estado en un intermedio de lo que viene siendo lo diario. Vivir en la rutina de los otros, romper sus horas y hacer tuyos sus espacios compartiendo momentos, queriendo disfrutar de cada cosa, las fotos, los recuerdos, la vida de esa persona de la que te separan tantos kilómetros y que desearías tener siempre cerca. No es un viaje cualquiera, es un viaje en el tiempo, el que se llevó esos días felices con todos los que descansan en el mar. Estoy,  aún, en ese punto de fuga, aunque ya he vuelto a casa y es porque están en mi las líneas que me llevan a ella y a los demás trazando la perspectiva de las calles con sus empinadas cuestas, el mar, la montaña y el silencio de Torbi, una perrilla escapista que siempre busca un resquicio por donde salir. Viajar en el tiempo es más fácil de lo que pensamos.