Alacenas de cristal, ceniza y fuego. Juegos de huesos, canicas, hilos y un bote de leche de almendras.



Tus pasos matinales bajo el agua, tu cruz de sal a Santa Bárbara en las tormentas. Vestir la muerte y untar de aceite azul la boca del mamón. Hacer los agujeros con hilo de seda a las recién nacidas sentada en el tercer escalón de la escalera desconchada.



Mil ganchilos de luz tejidos con tus manos, toda la bondad del mundo para quien te necesita y un pañuelo muy negro tapándote la cara cuando el mundo te ponías por montera.



Todo te lo has llevado allá y a mi me has dejado las rosetas de aljofar que alargaban tus orejas y una oración, entre mil jaculatorias, una oración para quitar el mal de ojo. ¡Ojo abuelita!

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