Me atrevería a decir que ha llegado el otoño y se ha encendido la luz de la esperanza, si se hubiera enfriado el ardor guerrero y el fuego de las ambiciones. Me atrevería a escribir este final de verano sin tristeza, todo lo contrario, con una sonrisa abierta, si contemplara que las banderas han caído y han alfombrado los senderos de paz por donde caminar de vuelta al sosiego. Me atrevería a pintar una puerta grande y abierta por donde entraran y se sentaran a llorar su duelo, sus duelos, los que quedaron vivos después del sofocante trajín de las batallas. Me atrevería, si mañana me trajeran los vientos buenas noticias desde las tierras necesitadas de tanto atrevimiento, pero el viento del este tan solo me permite atreverme a decir lo que siento, lo que me duele ahora este presente tan incierto y la pena que me dará si todo sigue igual cuando llegue el invierno, otra vez, congelando la ilusión de vivir sin la amenaza de la destrucción y petrificando, definitivamente, el corazón de los miserables que no muestran misericordia.
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