Nietos

        
                                                             

Llegan los esperados días, la ilusión de recibir y todo un  torrente de vida se desparrama por la casa. No hay frontera que impida pasar sin peinarse ni acicalarse (nunca mejor dicho) al salón de nuestros solitarios días y nosotros nos convertimos en contorsionistas y bailarines, sin dolores ni sentido del ridículo. Cazar lagartijas, recorrer a oscuras un patio en la noche. Volteretas en el agua y abrazos de sol. Risas y mocos. Los pucheros a tope. Muchos cuentos, dibujos, relíos. Un bebé sonriendo sin pudor. La intensidad del amor repartido al por mayor. Y cuando acaba ¡por dios que descansas! pero qué felicidad detener el tiempo y tenerlos con nosotros, compartir esa algarabía, las miradas cómplices, los achuchones. Encontrar un pollito entre los manteles, días después, nos hará sonreír o soltar una lágrima. No sería ya verano sin ellos y es que hasta las lagartijas se ponen tristes, no tienen de quién huir, ya no están los rubios amenazando con sus manos, volaron en su cohete a otra galaxia.















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