Nietos

        
                                                             

Llegan los esperados días, la ilusión de recibir y todo un  torrente de vida se desparrama por la casa. No hay frontera que impida pasar sin peinarse ni acicalarse (nunca mejor dicho) al salón de nuestros solitarios días y nosotros nos convertimos en contorsionistas y bailarines, sin dolores ni sentido del ridículo. Cazar lagartijas, recorrer a oscuras un patio en la noche. Volteretas en el agua y abrazos de sol. Risas y mocos. Los pucheros a tope. Muchos cuentos, dibujos, relíos. Un bebé sonriendo sin pudor. La intensidad del amor repartido al por mayor. Y cuando acaba ¡por dios que descansas! pero qué felicidad detener el tiempo y tenerlos con nosotros, compartir esa algarabía, las miradas cómplices, los achuchones. Encontrar un pollito entre los manteles, días después, nos hará sonreír o soltar una lágrima. No sería ya verano sin ellos y es que hasta las lagartijas se ponen tristes, no tienen de quién huir, ya no están los rubios amenazando con sus manos, volaron en su cohete a otra galaxia.















Bosta de vaca



 
 Hemos subido a lo alto de lo muy alto siguiendo un sendero sinuoso, vegetal, hermoso. Los helechos, una alfombra para cubrir las raíces de un bosque inmenso, vivo. En la cima el olor a bosta de vaca nos han mantenido alerta para no pisarlas y de alguna manera restaban valor al paisaje. Sin embargo, alejados de los incendios, en plena naturaleza nos damos cuenta de nuestra  condición egoista y depredadora. Culpamos las emisiones de metano de las vacas y sometemos a nuestros caprichos valles, montes y ríos. Aquí hoy el fuego es una amenaza posible, los invasores reales evitamos y nos quejamos de las inmundicias de unos animales que pastan y protegen el suelo mientras aguantamos la basura que nos echan encima los intereses creados por los iguales. Humanamente repugnantes. 






Un cartel sin salida

                                                    

 Dibujé un cartel, por encargo, que nunca vio la luz y hace unos días lo encontré entre otros que anunciaron carnavales y talleres en aquellos primeros años de  mi vida laboral. Lo traigo aquí por mostrar el colorido y la algarabía que, por entoces, nos brotaba a los pobres ilusos que creíamos en la utopía y la pensábamos rozar. Aún no se contaban muchos hechos pasados, secretos salían tímidamente en algunas novelas o películas aunque comenzábamos a mostrarnos valientes frente a la arrogancia rancia que iba guardando los honores, largamente disfrutados, en el baúl de la vergüenza de las victorias y las venganzas.
Todas las muertes en las contiendas son muertes, tan tristes, tan injustas pero, algunas fueron condecoradas, recompensadas, santificadas, mientras otras aún se tratan con desdén. Traigo un cartel festivo por reivindicar la vida y la paz. Y la memoria, ahora que hay tanto orgullo oscuro publicitándose.
La muerte nunca debería llegar envuelta en una bandera,  ni deberíamos banalizar el sufrimiento. Los ideales son de los de abajo, los tiros siempre nos llegan de arriba. La vida es nuestra única posesión, no es un campo de batalla.