Hay un silencio oscuro, un ayuno de palabras, un crujir sordo de pasos y una soledad a gritos tras el azul de la ventana carcomida. Una mano se empeña en cuidar ese vacío repleto de vivencias, conservar la memoria de tanta desmemoria mientras me regalen los días la posibilidad de acercarme. No puedo entrar, está en ruinas el techo que sostuvo las noches, la escalera que llevaba al paritorio de una gata de luna y no soy dueña de la llave que abre la despensa de los retales del alma. Solo una manita de añil por darle suspiros a una canción que nos trae el viento del cálido verano. Una penita profunda y una sonrisa por caricia al desconchón de los desafectos.
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