Rosa Beteta “Maestra bordadora” Mami

Nació en el treinta y cuatro. Cruz Guerrero y Rodolfo Beteta fueron sus padres. Creció oliendo a almendras tostadas, a mazapán y a guirlache, entre el miedo y las risas, aprendiendo a trabajar duro y bien. Una melodía debió quedársele prendida en la comisura de los labios y en la punta de los dedos de sus manos.
Los tiempos no le permitieron hacerse maestra de escuela, aunque fue buena alumna y lo aprendió todo. Gertrudis Gutiérrez, la hermosa novia de su primo Leopoldo, le enseñó a bordar. Con catorce años ya bordaba jardines en los trajes de domingo, en las faldas, en blusas y pañuelos. Luego llegaron los ajuares de la casa y cuando sus sueños volaban entre tangos, pasodobles y boleros, ilusiones y promesas, de sus ajuares pasó a los ajenos y comenzó a bordar para otras casas, otras novias y otras ensoñaciones. Amarillos, azules, blancos, verdes. Realces, festones, rechilés, en abierto, sobrepuesto, con arenilla o con bodoques, matizados, calados y los interminables filtirés.
Rosa fue tejiendo una tela de araña de bordados, y aprendió tanto y lo hacía tan bien que, pronto, se llenó su patio de otras muchachas que querían aprender a bordar sus ilusiones con la rueda y el pedal, la aguja y esa tijera o alfanje con la que aprendían también a recortar sus complejos.
Ya casada, Rosa, con su máquina, sus canciones, su simpatía y esa gran humanidad, se convirtió en la maestra que enseñaba a dibujar las cenefas, y a calcarlas con aquel papel azul que no manchaba la tela mas que lo suficiente para ser bordada. Combinaba los colores como si de una maga se tratara, y cada tarde venían las muchachas que ya se habían marchado a casa a que ella decidiera el color de las iniciales de aquellos que se envolverían en esas sábanas bordadas con tanto amor. Pero su papel no terminaba en planchar y doblar las labores, en presentarlas exquisitamente en aquellas bandejas de mimbre cuando sus alumnas las acababan, no, ella también les mostraba la vida a la que se enfrentaban, les esbozaba el camino que tendrían que pespuntear, a veces fuera de las comodidades de sus familias o en otros casos en la incomodidad de las mismas.
Eran otros tiempos, entonces las mujeres y los hombres no se planteaban la igualdad, luchaban por la independencia, la libertad y la salida de un entorno tradicional y retrógrado. La maestra bordadora ayudaba a sus chicas a enhebrar las agujas con las que bordar sus sábanas y sus bolsas de pan mientras se titulaban en diseñadoras de sus propias vidas, las que tendrían que ir cosiendo haciendo auténticas filigranas.
Durante todo aquel tiempo, los sesenta, los setenta, los ochenta, la bordadora fue creciendo tanto como ser humano como profesional. Se doctoró en labores de primera: las bandas de los pajes, las sabanillas de los altares, las banderas multicolores, el banderín de este santo, el pañuelo de aquella virgen y se hizo catedrática en este arte confeccionando, diseñando y bordando los toneletes del Santo Cristo. Rosa ya no bordaba, pintaba con la aguja y la canilla, con el punzón y sus manos, con sus ojos verdes y con su corazón. Decía que cuando necesitaba algo de verdad Su Cristillo le enviaba un nuevo trabajo con el que tapar ese agujero que ella preveía y gracias a Él jamás se originó nada que no pudiera cubrirse con un nuevo encargo.
Mantones de Manila, refajos, vestidos, un mundo de colores, de sedas y de hilos de oro, de piedras y cristales, de noches de desvelo pintando con el pensamiento la mañana que amanecería de nuevo sentada a la maquina, en la ventana, entre visillos. Bordó y bordó hasta aprender que la maquina de la vida le seguía dando esa fuerza y ese genio para llenar de belleza los cajones de las casas, las ventanas, las camas y las mesas.
Rosa lo ha hecho todo con su máquina, con su creatividad, con su arte. Ha pintado con la aguja y el arillo el lienzo de los sueños de muchas vidas de nuestro pueblo, ha bordado la fe que comparte en terciopelos y rasos pero, sobre todo, ha llegado a ser una mujer independiente y luchadora, trabajadora y participativa, inteligente y creativa, una maestra bordadora que hoy sigue sentada agarrando su arillo pintando para sus nietos un cordoncillo de algodón que los prenda al significado de una vida dedicada al trabajo y a la belleza. A la dignidad.

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