
Hubo una vez un hombre que
caminaba sólo en medio de la gente. Nadie notaba su presencia porque todos
seguían a otro hombre que gritaba y levantaba las manos hacia el frente.
Mientras recorría el camino, viendo la indiferencia de todos, observaba el horizonte,
el cielo y el suelo que pisaba. Unos y otros se cruzaban, sobrepasaban su
sombra y seguían sin ver a aquel hombre que caminaba entre ellos, ignorado,
invisible. Cuando llegaron al final del camino las tinieblas extendieron su
manto frío sobre ellos. Todos comenzaron a empujarse, a gritarse, a reclamar un
espacio donde por fin descansar, algunos se precipitaron sobre el guía que, para
entonces, había enmudecido. Todos, menos el hombre que se había quedado sólo al
borde mismo del final del camino.
En su espacio, separado de los otros,
extendió su manto, encendió una linterna y enfocó a aquel grupo de manos y
bocas crispadas, miro al cielo y
sonrío.