Volver a volar
Miedo al miedo.
Hablamos de la parálisis que sentimos ante la puerta que guarda la justicia, de la desconocida imagen que el espejo nos devuelve, de la sombra que nos persigue ante una mala decisión. Nos asusta lo desconocido y por tanto la muerte, a mí lo que más miedo me da es de mi misma. Miedo a no estar a la altura, miedo a hacer daño, miedo a no tener corazón ni arrestos. Hemos hablados estos días de fantasmas y de monstruos, los hemos visto tan ufanos sobre las torres de barro del poder de los relatos de terror que nos han mostrado, en este mundo de nadie y de todos. Llevamos unos cuantos capítulos que completarían una nueva antología de literatura fantástica. Muertos Borges, Kafka o Cortazar, entre otros, ya no sé si esta vida es un cuento o si el cuento es donde vivimos.
Habitar
Un par de caracoles se deslizan por la pared, llevan su casa a cuestas, yo la llevo dentro e intento cuidar de ella sin perturbaciones atmosféricas que rompan ese lugar donde me habito. Una mosca zumba muy cerca, cierro el balcón, el insecto ha desaparecido y libre me vuelvo latido.
Construir la dignidad
En este zoo nunca hubo serpientes tan venenosas como las que aparecen a diario. Se las ve construir un edificio de insultos y falacias con su lengua viperina. La maldad en la mirada hipnótica me aturde, el hedor de las cloacas por donde asoman me asusta y las murallas que levantan, con la ponzoña de los adjetivos que sostienen sus muros, me convence de una realidad que me avergüenza. Esos reptiles se crecen y mantienen gracias a las babas de los que les aúpan y veneran. Solo la confianza, en lo que pueda quedar de instinto animal entre los humanos que habitan este mundo raro, me ayuda a conciliar el sueño. Ojalá que el viaje a la conciencia a la que nos han llevado los odiseos del siglo veintiuno nos ayuden a iniciar la reconstrucción de la dignidad y la vergüenza, aunque solo sea por no extinguirnos.
Alfombrar con banderas
Me atrevería a decir que ha llegado el otoño y se ha encendido la luz de la esperanza, si se hubiera enfriado el ardor guerrero y el fuego de las ambiciones. Me atrevería a escribir este final de verano sin tristeza, todo lo contrario, con una sonrisa abierta, si contemplara que las banderas han caído y han alfombrado los senderos de paz por donde caminar de vuelta al sosiego. Me atrevería a pintar una puerta grande y abierta por donde entraran y se sentaran a llorar su duelo, sus duelos, los que quedaron vivos después del sofocante trajín de las batallas. Me atrevería, si mañana me trajeran los vientos buenas noticias desde las tierras necesitadas de tanto atrevimiento, pero el viento del este tan solo me permite atreverme a decir lo que siento, lo que me duele ahora este presente tan incierto y la pena que me dará si todo sigue igual cuando llegue el invierno, otra vez, congelando la ilusión de vivir sin la amenaza de la destrucción y petrificando, definitivamente, el corazón de los miserables que no muestran misericordia.
Me atrevería a decir
Me atrevería a decir que hoy, ahora mismo, saldrías a la esquina y me estarías esperando. Si no llegara, te irías por no quedarte sin un sitio, el que siempre tenías. Luego de tres o cuatro giros me verías y sonriendo con tus ojos de niña, me abrazarías. Él, ya nervioso, me miraría con el gesto del que se sabe querido y comprendido y, al cabo de unos saludos atropellados y festivos, el chupinazo nos pondría en marcha. Pero no estabais debajo de los árboles, ni nadie me abrazó. Engullidos por el gentío y el ruido encontramos un sitio donde comer siguiendo vuestro ejemplo, no entretenerse.
Me atrevería a decir que ya no es vuestra feria y la mía tampoco, es otra diferente aunque siempre es la misma y me quedarán las noches bailando un pasodoble con él, con los pasos precisos, con las vueltas medidas, con su mano en la mía mientras os mirabais sabiendo que allí estaría mientras sonara la música de vuestra vida.
Me atrevería a decir que el tiempo se llevó el espacio en una espiral de noches y de días, que entre las nubes, que rompen los fuegos artificiales, unos ojos de luna y sol me contemplan. Me atrevería a decir, mas no me atrevo, aunque podría atreverme a decir que aquí estoy y allí estuvimos.
Nietos
Llegan los esperados días, la ilusión de recibir y todo un torrente de vida se desparrama por la casa. No hay frontera que impida pasar sin peinarse ni acicalarse (nunca mejor dicho) al salón de nuestros solitarios días y nosotros nos convertimos en contorsionistas y bailarines, sin dolores ni sentido del ridículo. Cazar lagartijas, recorrer a oscuras un patio en la noche. Volteretas en el agua y abrazos de sol. Risas y mocos. Los pucheros a tope. Muchos cuentos, dibujos, relíos. Un bebé sonriendo sin pudor. La intensidad del amor repartido al por mayor. Y cuando acaba ¡por dios que descansas! pero qué felicidad detener el tiempo y tenerlos con nosotros, compartir esa algarabía, las miradas cómplices, los achuchones. Encontrar un pollito entre los manteles, días después, nos hará sonreír o soltar una lágrima. No sería ya verano sin ellos y es que hasta las lagartijas se ponen tristes, no tienen de quién huir, ya no están los rubios amenazando con sus manos, volaron en su cohete a otra galaxia.
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Bosta de vaca
Un cartel sin salida
Cosida a sus labores
Ruinas de afectos
Salvadores
Veinticuatro horas después me acerco por comprobar si todo va bien. Voy sin gafas, se adivina un bulto oscuro entre los excrementos, sospecho algo que no va a gustarme. Doy la vuelta y regreso con las lentes. Un ejército de hormigas devora al bebé que sigue vivo pero exhalando un último suspiro. Selección natural, se llama. Arrojado nuevamente por quien es conocedora de su mal, acaba enterrado entre el toronjil.
En ocasiones no se necesitan salvadores pero si conocer la vida de los otros.
Quién me compra ...
Se va pasando el mes de las tormentas y los ruidos. Se acerca un verano refrito de sucesos viejos. Nos vienen de lejos los sones de butrones que horadan las arcas donde se guardan el derecho al derecho. Vienen del campo olores putrefactos de las granjas, los cerdos siempre acaban por llegar con los vientos, da igual si son cierzos o solanos, nos llegan y con ellos esa desidia y ese no saber dónde poner la cabeza. Nunca me gustaron los vendidos pero menos los que les compran las voluntades, esos tan añejos, malos vinos que acaban como siempre envenenando todos los caldos y todavía hay quien cree que habrá buenas cosechas si cambia el viento. Seguro que no será Mary Poppins con su sonrisa mágica.
Toma de decisiones
No soy de aquí, yo soy de allá
Cosas de niños
Un patán en carnaval
En mi pueblo nos vestimos de fiestas antes de la cuaresma, bailamos y cantamos nos tapamos los ojos y reímos. Rezamos al son de los tambores haciendo subir las plegarias con bolteo de banderas y arrodillados ante el Dios de los creyentes. Cada cual lo celebra a su manera, todos en paz y concordia. La humildad es patrimonio del ser, la humillación es consecuencia de la maldad del poderoso que siempre necesita sentirse dios. Durante estos festejos, allende los mares, se representó la bufonada del milenio, humilló el patán al supuesto vasallo enarbolando la bandera de la gloria de los que se sienten dignos de adoración. Con sus máscaras de "médicos de la peste" consiguen darnos miedo pero la peste se lleva todo lo que toca, o casi todo. Cuando acaba la fiesta se quema por aquí la sardina, quizás al otro lado del océano se acabe con el besugo cualquier miércoles de ceniza.
Este era un rey...
En el sillón rojo recorto un personaje, dos y tres para un cuento de nunca acabar. Escucho, mientras tanto sentada frente a un cielo encapotado, canciones de Aute y Silvio Rodríguez. Mis dibujos llevaban tres años esperando el argumento. Recordaba una parte, la que decía este era un rey que tenía dos hijos uno grande y otro chico. Por fin mi amigo cuenta cuentos me anotó el resto y, en ello estoy, aquí, con el corazón lleno de música y color, las tijeras curvas de mi madre en la mano, la lluvia tras el cristal y la certeza de que estas historias de nunca acabar se repiten hasta el infinito del mundo de los hombres malos. No me gusta la realidad que crece a manos de los protagonistas oscuros así que seguiré creando la ficción necesaria para refugiarme en ella y si quieres escuchar la historia del rey que tenía dos hijos uno grande y otro chico... ya sabes, enrédate conmigo en la dulce fantasía de sentarte bajo las nubes, saber y sentir que existes y recortar lo que te sobra para tener calma y poner un sonsonete que acalle todas las voces disonantes de ese mundo vacío de contenido.
Carta a los Reyes Magos
Hoy siento la nostalgia de aquellas tardes en las que mi madre me enseñó a creer en los Reyes Magos y mi padre me llevó la mano escribiendo esas cartas que debieron llegar a su destino porque siempre tuve lo que pedí o eso creí.
Majestades, ya sabéis mi dirección.

















