Miedo al miedo.

                                            


Hablamos de la parálisis que sentimos ante la puerta que guarda la justicia, de la desconocida imagen que el espejo nos devuelve, de la sombra que nos persigue ante una mala decisión. Nos asusta lo desconocido y por tanto la muerte,  a mí lo que más miedo me da es de mi misma. Miedo a no estar a la altura, miedo a hacer daño, miedo a no tener corazón ni arrestos. Hemos hablados estos días de fantasmas y de monstruos, los hemos visto tan ufanos sobre las torres de barro del poder de los relatos de terror que nos han mostrado, en este mundo de nadie y de todos. Llevamos unos cuantos capítulos que completarían una nueva antología de literatura fantástica. Muertos Borges, Kafka o Cortazar, entre otros, ya no sé si esta vida es un  cuento o si el cuento es donde vivimos.

Habitar

 


Desde el balcón, acompañada por el sol, las hojas rojas y pardas de la enredadera, un par de higueras salvajes y los tejados de barro y uralita de las casas vecinas, miro hacia dentro inmersa en un silencio intermitente, busco sin buscar y oigo sin querer oír, tan solo pretendo ser espacio, ocupar el momento mágico de la existencia que soy hoy al mediodía aquí. Así, todo seguido.

Un par de caracoles se deslizan por la pared, llevan su casa a cuestas, yo la llevo dentro e intento cuidar de ella sin perturbaciones atmosféricas que rompan ese lugar donde me habito. Una mosca zumba muy cerca, cierro el balcón, el insecto ha desaparecido y libre me vuelvo latido.