Latidos

Hay corazones de piedra. En ellos no es posible un pellizco de ternura. Hay corazones en los que palpitar es un ronquido sordo, arritmico, sin sangre. Nada mueve esos corazones, no hay bomba que los ponga en marcha. Funcionan como el péndulo, sin remedio, van y vienen sin sentir apenas. Nada los conmueve porque solo tienen que regar su cuerpo egocéntrico. Y los de al lado, los otros corazones, los que conviven en ese espacio incierto de la vida cerca de su sordo palpitar, esos, esos sufren arritmias porque no comprenden la dureza de un músculo hecho para dar vida, no saben qué hacer para cambiarle el ritmo y convertirlo en un tejido amable. Esos que añoran la armonía pueden detenerse en cualquier momento creyéndose culpables al no conseguir el amor suficiente para latir al unísono.

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