Árboles en el solsticio de invierno


Hoy he compartido un árbol de Navidad que una compañera ha hecho con libros de su biblioteca. Un hermoso árbol repleto de palabras escritas en las hojas que cuentan. Yo he puesto uno en casa adornado con luces que iluminen el camino de vuelta de los míos y de los vuestros. Y entre muchos estamos cargando otro de deseos que tienen que ver con el compromiso, con aprender qué es el amor, qué es renacer un año más, aprender a mirar dentro de nosotros y fuera y entender qué es realmente lo que cuenta para plantarlo en medio de la plaza del pueblo, como hacemos desde hace años. Ese árbol pretende iluminar esas oscuras mentes que aún no encuentran el camino para que todos podamos vivir en paz. Si ellos quisieran habría muchos niños y mujeres, hombres y niñas que pasearían tranquilamente por su ciudad. Por ejemplo por Alepo.


                                                                         
                                         


Bolsillos

De pequeña me gustaban los bolsillos de los mandiles de mis abuelas. Meter la mano hasta dentro para encontrar algo: una cristalina, una moneda de dos reales o de dos cincuenta... Lo que sacara de ese pozo oscuro y mágico era lo de menos, lo de más era imaginar qué sería. Tesoros de la infancia que hoy siguen siéndolo porque se necesitan mapas para ser encontrados. Los bolsillo, la mágia de un sueño que recorre una tela negra  envuelta en un sentimiento de ternura y protección. Las abuelas, los cuentos escuchados sentada en ellas, en una o en otra. Sus olores a colonia y a cocina calentita. Mis abuelas y sus bolsillos han querido volver a mi a devolverme la esencia del amor. Han vuelto, esta tarde de casi no invierno, a mostrarme su existencia permanente en el fondo del bolsillo de mi vida.