Hoy no quiero hablar de rampas,
no quiero hablar de lodos ni de fangos. Esta tarde de lluvia el sol luchaba por
salir y al final lo consiguió. Doblegó las grises nubes que ocultaban las
razones por las que los atardeceres son más hermosos. Y, dejado a un lado lo
que uno anhela o no, me he permitido vivir, solo vivir, disfrutando de la
compañía y de la tranquilidad. Hoy no existís hombres de humo y mujeres de
niebla. Estoy aquí sentada en el borde mismo del ocaso esperando a las
estrellas. Diviso al fondo alguien que, como
yo, mira al cielo y no ha alquilado un balcón.
Rosas de invierno
He cortado seis rosas de
invierno: cinco rojas y una amarilla. Seis capullos, para ser exactos El verde
de sus hojas se ha tornado grana y sus tallos a duras penas soportan las espinas. Antes
que las heladas las quemen definitivamente, adornarán mi casa y sobrevivirán hasta abrirse con sus colores y
hojas aterciopeladas. Dentro de unos días podaré el rosal para que esta
primavera brote más fuerte y hermoso.
Contemplando tanta belleza me he
preguntado a quién habrá que cortar de nuestras vidas para que podamos
sobrevivir ante tanto corazón de hielo. A quién podar para que broten las
rosas rojas o amarillas, con o sin espinas, pero vivas y con la posibilidad de ser. Ser.
Porque queremos seguir siendo.
Hasta luego
Ay las despedidas después de
vivir en el centro mismo de tu vida, cuando nada te aparta de lo importante y
sólo hay que ocuparse de dar. Cuando tu casa es el lugar de encuentro y todos
los que son están. Ay, ay, ay cerrar la
puerta, no encontrar maletas ni ropa por el medio. Es lo que tiene ser feliz,
no dura siempre, pero la vida continua y esto sólo ha sido un hasta luego. Volveremos
a encontrarnos y mientras tanto cada uno a lo suyo que es lo que toca,
disfrutando de todo lo que vaya
surgiendo y sin perder de vista nuestro centro, el mejor lugar del mundo, ese
donde sólo habita el amor, estemos dónde estemos.
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