Invierno

Amanece en azul y la luz envuelve mi casa adornándola con rayos de sol. El frío pinta de rojo mis mejillas y el olor a café y pan tostado perfuma la mañana. Es invierno y la estación nos regala los días más hermosos del año, siempre que el sol consiga escaparse por alguna rendija del firmamento. Dos pequeñas arañas suben y bajan por sus hilos de plata mientras los gorriones me miran, descarados, desde las cuerdas de la ropa. A pesar de que existen aguafiestas que ponen en gris los amaneceres, hoy brinca mi alma celebrando la vida, agradecida.

Niños, estos niños



Entiendo que no siendo agua, aire o sol. No siendo pájaro, pez o mono. No siendo lo que nunca has sido, no sepas ponerte en su lugar, respetarlos, protegerlos. Pero niño o niña si hemos sido y conocemos la soledad de la infancia, la fragilidad y el desamparo ante lo desconocido, la necesidad de protección, de amor. Entonces no entiendo que no nos pongamos en el lugar de ellos. No comprendo que recorran, entre hambre, balas, enfermedad o miedo los pocos años de la infancia y que no nos ocupemos todo lo que debiéramos. Y no, tampoco entiendo que, a los que tienen más suerte, por su nacimiento, los ocupemos tanto que vivan ese tiempo de niños, corriendo. Y no, no hay mayor desconcierto que el que me producen aquellos que llenando mítines, cada fin de semana, les mitiguen lo necesario para que crezcan con la dignidad que les prometieron.

Princesa o rana

No me interesas si desprecias mi trabajo. Conozco y creo firmemente en lo que hago: principio de autoridad y carácter democrático se unen para conformar un perfil profesional con el que atender a las personas a las que sirvo, haciendo, al mismo tiempo, cumplir las normas de convivencia que se exigen para que lo público pueda ser de todos.
Intentas insultar a la persona que está tras la mesa, el mostrador o la ventanilla., pero no me conoces. Ahí no estoy yo, está la profesional que soy. Y, sí, de eso sé mucho, estoy muy preparada. Pero a mi, a mi no me conoces. Puedo ser princesa o rana. Mi ego queda colgado cada mañana del perchero de mi casa.. 

Tierra roja


La tierra roja dibujaba la huella del caminante. La niebla borraba los paisajes que adivinaba. El agua se dejaba cortar por las ánades que firmaban en ella con sus plumas.

El pensamiento vacío, el silencio suficiente. Ser por un instante. Tener lo nuestro. Lo poco que nos dejan poseer en esta tierra herida por la incompetencia y la estulticia. Y hace tan sólo unas horas, caminando entre las cruces de los muertos pensaba cuánto cuesta vivir, cuando algunos se empeñan en hacerlo a costa de los que sólo tienen una tierra roja por la que pasear sus sueños.